🔬 Patente peruana del 2015 contra un tipo de CORONAVIRUS seria CLAVE para acelerar una VACUNA contra la actual PANDEMIA
En Chincha, Ica, se encuentra la empresa de fármacos veterinarios Farvet, que cuenta con uno de los mas modernos laboratorios de latinoamerica, el doctor Manolo Fernández, propietario del laboratorio, esta convencido de tener la vacuna contra el coronavirus o COVID-19 pero tiene que cumplir con las etapas y tiempos establecidos para las pruebas, las principales son: baculovirus; insectos; glicosilar; proteína S-1.
Antes de que se declarara al país en cuarentena, el 15 de marzo, Farvet ya había dictado a un biolaboratorio en Estados Unidos la secuencia molecular de la proteína S-1 que, según el microbiólogo, permitirá combatir al virus. El resultado es la producción de una versión sintética –y, por lo tanto, inocua– del gen que codifica la proteína para la vacuna. La preciosa encomienda tiene programado llegar al país a fines de abril.
El siguiente paso en el laboratorio es inyectar la proteína a células de insectos, reproduciendo bajo el microscopio el proceso de infección en organismos superiores, liberando el virus el genoma y logrando de esa manera una producción industrial de ese segmento de la proteína S-1. “Es como encargar a la levadura que convierta el azúcar en alcohol en la fabricación de cerveza”, simplifica Fernández.
En 2015, Favret desarrolló una vacuna contra una cepa de coronavirus que diezmó a la industria avícola peruana, y hoy tiene registrada la patente mundial sobre esa fórmula. “Los médicos veterinarios estamos acostumbrados a navegar en mares tormentosos”, explica Fernández. “Las pandemias son relativamente frecuentes en el mundo veterinario –las llamamos epizootias –, en contraste con la medicina humana, donde suelen ser episodios extraordinarios”. Eso explica la magnitud y complejidad del laboratorio chinchano especializado en la producción de vacunas para la industria veterinaria. Pero ¿una vacuna contra los pollos puede salvar a la humanidad?
“El mecanismo de contagio y propagación de la COVID-19 es el mismo”, sostiene Mirko Zimic, a cargo del grupo de investigación molecular de Farvet y director de Bioinformática, Biología Molecular y Desarrollos Tecnológicos de la Facultad de Ciencias de la Universidad Peruana Cayetano Heredia. La COVID-19 saltó de los murciélagos al hombre en el mercado de Wuhan, China. La propia influenza provino de los pollos y chanchos. En realidad, el 70% de las enfermedades humanas tiene su origen en bacterias, hongos o virus animales. La cura del coronavirus es aún un misterio, pero la propagación de la enfermedad en el cuerpo humano es un asunto tan simple como mecánico.
El virus es una partícula de ácido nucleico, proteínas, carbohidratos y lípidos que se caracteriza por las espigas o spike hechas de proteínas que le dan esa forma estrellada por la cual le llaman coronavirus. En el cabezal del spike se ubica el llamado dominio S-1, que reconoce y se adhiere al receptor de la célula humana.
El spike se prende a la célula, ingresa a ella y libera el material genético. “Es como una llave que encaja en una cerradura”, explica Zimic. La célula infectada crea muchas copias del virus, como una máquina fotocopiadora, y desata el proceso infeccioso. Los pulmones –en particular los alveolos– son pasto de la infección porque tienen muchos receptores celulares compatibles con el virus. El organismo reacciona. El sistema inmunológico organiza la defensa. Produce anticuerpos. Los traslada a la zona infectada a través de la sangre. La guerra es muy dura. Estalla la fiebre. Usualmente el sistema inmunológico logra vencer al virus. Pero a veces no y, en esos casos, sobreviene la muerte.
“La vacuna proveerá al organismo de un ejército de anticuerpos y células listo para librar la batalla contra el agente patógeno un segundo después de la infección”, dice Zimic.
El virus tiene la capacidad de mutar genéticamente con cierta malévola flexibilidad. La cepa que castiga el Perú no es la misma que la que estalló en Wuhan en diciembre. Aunque es igualmente mortífera. La COVID-19 ya tiene cerca de 150 diferentes mutaciones genómicas dando vueltas por el mundo y el número sigue creciendo. Una treintena de laboratorios del mundo trabajan contra el reloj en busca de la vacuna milagrosa que ponga freno a la pandemia. “La estrategia para combatirla es amarrar los brazos que el coronavirus usa para agarrarse de la célula e infectarla”, concluye Zimic.
Fernández calcula que habrán producido el primer lote de la vacuna a mediados de mayo. El siguiente paso es someterla a experimentos de respuesta y bioseguridad en ratones, primates y, por último, en seres humanos, voluntarios y sanos. Por lo pronto, 40 monos van a ser sometidos a las pruebas en el Centro de Investigación en Enfermedades Tropicales Maxime Kuczynski, en Iquitos. Los plazos son perentorios, las opciones, limitadas.
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Antes de que se declarara al país en cuarentena, el 15 de marzo, Farvet ya había dictado a un biolaboratorio en Estados Unidos la secuencia molecular de la proteína S-1 que, según el microbiólogo, permitirá combatir al virus. El resultado es la producción de una versión sintética –y, por lo tanto, inocua– del gen que codifica la proteína para la vacuna. La preciosa encomienda tiene programado llegar al país a fines de abril.
El siguiente paso en el laboratorio es inyectar la proteína a células de insectos, reproduciendo bajo el microscopio el proceso de infección en organismos superiores, liberando el virus el genoma y logrando de esa manera una producción industrial de ese segmento de la proteína S-1. “Es como encargar a la levadura que convierta el azúcar en alcohol en la fabricación de cerveza”, simplifica Fernández.
En 2015, Favret desarrolló una vacuna contra una cepa de coronavirus que diezmó a la industria avícola peruana, y hoy tiene registrada la patente mundial sobre esa fórmula. “Los médicos veterinarios estamos acostumbrados a navegar en mares tormentosos”, explica Fernández. “Las pandemias son relativamente frecuentes en el mundo veterinario –las llamamos epizootias –, en contraste con la medicina humana, donde suelen ser episodios extraordinarios”. Eso explica la magnitud y complejidad del laboratorio chinchano especializado en la producción de vacunas para la industria veterinaria. Pero ¿una vacuna contra los pollos puede salvar a la humanidad?
“El mecanismo de contagio y propagación de la COVID-19 es el mismo”, sostiene Mirko Zimic, a cargo del grupo de investigación molecular de Farvet y director de Bioinformática, Biología Molecular y Desarrollos Tecnológicos de la Facultad de Ciencias de la Universidad Peruana Cayetano Heredia. La COVID-19 saltó de los murciélagos al hombre en el mercado de Wuhan, China. La propia influenza provino de los pollos y chanchos. En realidad, el 70% de las enfermedades humanas tiene su origen en bacterias, hongos o virus animales. La cura del coronavirus es aún un misterio, pero la propagación de la enfermedad en el cuerpo humano es un asunto tan simple como mecánico.
El virus es una partícula de ácido nucleico, proteínas, carbohidratos y lípidos que se caracteriza por las espigas o spike hechas de proteínas que le dan esa forma estrellada por la cual le llaman coronavirus. En el cabezal del spike se ubica el llamado dominio S-1, que reconoce y se adhiere al receptor de la célula humana.
El spike se prende a la célula, ingresa a ella y libera el material genético. “Es como una llave que encaja en una cerradura”, explica Zimic. La célula infectada crea muchas copias del virus, como una máquina fotocopiadora, y desata el proceso infeccioso. Los pulmones –en particular los alveolos– son pasto de la infección porque tienen muchos receptores celulares compatibles con el virus. El organismo reacciona. El sistema inmunológico organiza la defensa. Produce anticuerpos. Los traslada a la zona infectada a través de la sangre. La guerra es muy dura. Estalla la fiebre. Usualmente el sistema inmunológico logra vencer al virus. Pero a veces no y, en esos casos, sobreviene la muerte.
“La vacuna proveerá al organismo de un ejército de anticuerpos y células listo para librar la batalla contra el agente patógeno un segundo después de la infección”, dice Zimic.
El virus tiene la capacidad de mutar genéticamente con cierta malévola flexibilidad. La cepa que castiga el Perú no es la misma que la que estalló en Wuhan en diciembre. Aunque es igualmente mortífera. La COVID-19 ya tiene cerca de 150 diferentes mutaciones genómicas dando vueltas por el mundo y el número sigue creciendo. Una treintena de laboratorios del mundo trabajan contra el reloj en busca de la vacuna milagrosa que ponga freno a la pandemia. “La estrategia para combatirla es amarrar los brazos que el coronavirus usa para agarrarse de la célula e infectarla”, concluye Zimic.
Fernández calcula que habrán producido el primer lote de la vacuna a mediados de mayo. El siguiente paso es someterla a experimentos de respuesta y bioseguridad en ratones, primates y, por último, en seres humanos, voluntarios y sanos. Por lo pronto, 40 monos van a ser sometidos a las pruebas en el Centro de Investigación en Enfermedades Tropicales Maxime Kuczynski, en Iquitos. Los plazos son perentorios, las opciones, limitadas.
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