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A 100 AÑOS DEL SURGIMIENTO DE LA BAUHAUS UNA DE SUS OBRAS MÁS EMBLEMÁTICAS ESTÁ ABANDONADA EN ARGENTINA

En el 2019 se cumplen 100 años de la fundación de la escuela alemana Bauhaus que tuvo una gran influencia en la arquitectura, sobre todo durante la primera mitad del siglo XX. De esta una obra fundamental se encuentra en Argentina, en el balneario de Mar del Plata, fue diseñada por el arquitecto húngaro Marcel Breuer que fue profesor de la escuela 11 de los 13 años que esta duró.




Durante la Segunda Guerra Mundial, Breuer viajó a Buenos Aires convocado por la UBA con el objetivo de dictar un curso en la Facultad de Arquitectura. Fue durante esa temporada que recibió la propuesta de realizar esta obra en la zona sur de Mar del Plata.


A la construcción se le conoce como El Ariston y fue construida en 1947 con el fin de ser un recinto para eventos sociales, con el paso del tiempo tuvo varios dueños que le hicieron modificaciones que más que nada la fueron deteriorando hasta que fue abandonada definitivamente en 1993, desde esa época hasta hoy ha sufrido un deterioro considerable, paso por un incendio e incluso sufrió actos de vandalismo en los que les rompieron todos los vidrios.


Sobre el arquitecto Marcel Lajos Breuer y como llego a hacer una obra en Argentina

Si bien había nacido y crecido en Pécs (una de las cinco ciudades más grandes de Hungría), a los 18 años se trasladó a la ciudad alemana de Weimar para estudiar en una escuela de diseño y arquitectura que estaba llamada a revolucionar el mundo: la Staatliches Bauhaus. Efectivamente, la Bauhaus. Allí fue alumno de Walter Gropius, el padre de la arquitectura moderna.

Marcel Lajos Breuer

Tras terminar sus estudios y pasar un breve tiempo en Paris, Breuer regresó a Alemania donde comenzó a ser reconocido como diseñador industrial. De esos años veinte y primeros años treinta del siglo pasado son las famosas sillas Cesca y Wassily que todos hemos visto alguna vez sin saber que se llamaban Cesca y Wassily ni que su autor se llamaba Marcel Breuer ni que tenían casi cien años de antigüedad. Primero porque parece increíble que un diseño tan moderno tenga casi un siglo: un tubo de acero inoxidable que se curva sobre sí mismo en un solo gesto, conformando la estructura de la silla, sobre la que se colocan los plementos de ratán o cuero que forman el respaldo y el asiento. Segundo porque los diseñadores industriales no suelen ser personajes famosos para quienes no son aficionados (o profesionales) del diseño. Y tercero, y quizá más relevante, porque Marcel Breuer nunca fue considerado uno de los grandes. Pese a que tanto Le Corbusier como Mies van der Rohe reconocieron el talento de un arquitecto al que sacaban más de quince años, nunca lo vieron como un igual. Tan solo el ya mencionado Walter Gropius creyó firmemente en Breuer, hasta el punto de que, además de maestro, se convirtió en su mentor.

De hecho, fue el consejo del propio Gropius lo que convenció a Breuer para abandonar Alemania tras la llegada al poder de Hitler. Fue la mejor decisión que pudo tomar, no solo (y evidentemente) para su integridad física, ya que era judío, sino también para su futuro profesional.


Tras regresar a Hungría en 1935 y mudarse a Londres en el 1936, Breuer emigró definitivamente a Cambridge, Massachussets, en 1937. Allí comenzó a dar clases en la Graduate School of Design de Harvard y conoció a un alumno argentino muy brillante llamado Eduardo Catalano.

Catalano, bonaerense de nacimiento, estudiaba en Harvard porque era hijo de familia pudiente pero también porque era muy brillante. Tanto que, al poco de terminar la carrera en 1945, comenzó a construir obras notables tanto en Argentina como en Estados Unidos. Entre estas últimas estaría la torre Eastgate del MIT o su propia casa, la casa Catalano, una delicadísima joya de hormigón alabeado levantada en Raleigh, Carolina del Norte, en 1955.

Una imagen durante su construcción

Entre los edificios construidos en Argentina, Catalano también se encontró con una joya. Pero esta vez la joya no era suya, o al menos no enteramente. El creador fue Marcel Breuer, su profesor y maestro.

Estamos en 1946, tiempos del Primer Gabinete de Juan Domingo Perón. Uno de los procesos emprendido por cualquier país que quiere avanzar rápidamente dentro de la sociedad capitalista global, es el desarrollo del turismo. Crecimiento rápido, ingresos rápidos, divisas rápidas, aunque en ese entonces no se tuvo en cuenta que apostar todo a una sola carta era muy arriesgado. Por eso, el gobierno de Perón consideró que uno de sus objetivos de consolidación turística pasaría por prestigiar la ciudad de Mar del Plata y, específicamente, la costa sur, que aún estaba en esencia sin urbanizar.

El Aristón en la década del 60

Para atraer dicho prestigio, la FADU (Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo) de Buenos Aires encargó al recién licenciado Eduardo Catalano que convenciese a Marcel Breuer para diseñar un edificio junto a los acantilados de Playa Serena. En uno de los solares en los que se había compartimentado toda la zona costera sur.


Breuer pareció verlo claro cuando el argentino le dijo que el edificio debía ser un icono de la arquitectura moderna y que no debía haber ninguno igual en el mundo. El húngaro aceptó el encargo y proyectó un doble trébol flotante de hormigón rodeado por ondas de vidrio y madera como no existía en ningún otro lugar. Breuer, a quien los grandes maestros nunca habían considerado a su altura, se anticipaba a la propia modernidad.

Las obras del Parador Ariston comenzaron en 1947 y se prolongaron durante más de un año. Hasta el punto de que Eduardo Catalano, que acababa de casarse, decidió arrastrar a su esposa para pasar la luna de miel en Mar del Plata y así poder ir con frecuencia a visitarlas. Pues, aunque el proyecto era de Breuer, la supervisión siempre fue responsabilidad del bonaerense.


Una vez terminado, el Parador Ariston, además de joya de la arquitectura mundial, sirvió como sala de baile, coctelería y bar para la élite de la época, y quizá de esa actitud semiaristocrática le viniese su nombre. Sin embargo, tras un par de décadas de esplendor, a partir de los años setenta, el Ariston comenzó a caer en desgracia. Poco a poco, sus sucesivos dueños e inquilinos fueron destruyendo partes y añadiendo otras sin ningún respeto ni pudor.

Por suerte en la actualidad hay una iniciativa para recuperarla y que a través del sitio Change.org ha recaudado firmas que ha iniciado un movimiento.


Esta obra contiene 4 de los 5 puntos desarrollados por Le Corbusier en sus planteamientos de la arquitectura moderna: una planta libre incorporada al paisaje, un espacio interior también libre, una fachada sin condicionamientos (en este caso con aventanamientos acristalados) y una terraza jardín (de pequeña dimensión en el Ariston).


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